Formulario que contiene las preguntas de una encuesta y en el que se registran las respuestas. Si es rellenado por el propio encuestado, sin intervención de un entrevistador, se denomina cuestionario autoadministrado.
El diseño del cuestionario presenta considerables dificultades. Si bien preguntar es relativamente fácil, hacer buenas preguntas es un arte que requiere imaginación y experiencia (Simon, 1969). Para un diseño apropiado del cuestionario es fundamental cumplir los tres requisitos siguientes:
1. Definir correctamente el problema a investigar.
2. Formular de forma precisa las hipótesis.
3. Especificar adecuadamente las variables y las escalas de medida.
El cuestionario debe ser lo más breve posible, pero no puede establecerse una longitud concreta; varía en función del interés que el tema de la investigación tenga para el encuestado (Roscoe, Lang y Sheth, 1975; Bean y Roszkowski, 1995). En las encuestas por correo, por ejemplo, se ha comprobado que la longitud del cuestionario no tiene un efecto significativo en la proporción de preguntas dejadas sin responder. Influyen en mayor medida, en cambio, las características socioeconómicas, la edad y el nivel de estudios de los encuestados: los más viejos y con menor nivel de estudios dejan más preguntas sin responder (Craig y McCann, 1978).
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En el cuestionario pueden formularse preguntas abiertas, sin indicación de posibles respuestas, o preguntas cerradas, con una relación exhaustiva de las respuestas posibles. Ambos tipos de preguntas tienen sus ventajas e inconvenientes.
Al redactar las preguntas del cuestionario hay que tener especial cuidado en el orden en que se incluyen en el cuestionario, puesto que la mayor o menor dificultad o agrado de las primeras preguntas puede influir en la tasa y calidad de las respuestas. Ahora bien, en general, las preguntas que se refieren a actividades, centros de interés y opiniones son contestadas en mayor medida (Craig y McCann, 1978).
También hay que cuidar el tono de la redacción, en especial, se han de evitar palabras que generan rechazo (por ejemplo, “prohibir”) y se ha de buscar el equilibrio o neutralidad en la preguntas; es decir, que si las respuestas pueden ser opuestas, deben presentarse las dos alternativas (por ejemplo, debe preguntarse si se está a favor o en contra de una determinada cuestión, y no sólo si se está a favor, y esperar una respuesta afirmativa o negativa). Por otra parte, debe tenerse en cuenta que es más fácil contestar sí a las cuestiones, puesto que decir no induce a pensar que es necesario dar una justificación de la respuesta negativa (Schuman y Presser, 1981).
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